En la ciudad de Resistencia, salir a distenderse y buscar la tranquilidad de la gastronomía, los juegos, las salidas con divertimento en espacios públicos o en locales privados se convierte en una travesía.
“Todos los que me conocen saben que mi hija es diabética, insulinodependiente; ella necesita insulina antes de cada comida, por lo que salir a comer a un restaurante o a cualquier espacio o patio de comidas es algo complicado” dice Paola, una docente y comerciante de la ciudad capital del Chaco. “Mi niña, de 11 años, debe llevar cada vez que sale una conservadora, dependiendo del espacio en que se encuentre debe exhibirse y los asistentes en cualquier lugar ver cuando se inyecta; lo que le da mucha vergüenza y me obliga a tener que llevarla a un lugar escondido de las miradas o sin mucha gente”.
La madre no lo plantea como una crítica a la sociedad sino esperando la posibilidad de encontrar un espacio con estas características, o bien que la ciudadanía tome conciencia de lo necesario de generar esa privacidad a las personas que deben inyectarse para sobrevivir un almuerzo o una cena.
Si bien existe legislación y ordenanzas que regulan la venta y distribución de alimentos para celíacos y otras condiciones de salud que limitan a las personas que conviven con estas características, también es cierto que los comercios en muchos casos no cuentan en sus salones de ventas con alimentos o bebidas que puedan ser consumidas por diabéticos, por ejemplo las bebidas que no contienen azúcares entre otros.
“A la hora de pedir, por ejemplo gaseosas Zero, los bares y patios de comida de los grandes supermercados como por ejemplo Carrefour o Libertad nos dicen `No tenemos señora podemos ofrecerle agua´o `No trabajamos eso señora´” comentó la madre mientras aguardaba la medición de los niveles de glucosa de la niña durante la charla. A ésto se suma la imposibilidad de acceder a edulcorantes para un desayuno o una merienda y antes de sentarse, a la espera de ser atendidas, deben acercarse al mostrador para saber si el lugar cuenta con lo mínimo para el consumo de un alimento que o le provoque un problema a la salud de la niña.
“Estamos en 2023, hay miles de personas que deben convivir con la diabetes ¿cuando van a empezar a obligar a éstos lugares a vender productos que brinden la seguridad alimentaria o de consumo a las personas diabéticas?, simplemente sin azúcar; nos da mucha bronca a los papás que debemos remar con esta maldita realidad, nadie toma conciencia, nadie hace nada. Estoy en un grupo de whatsapp del hospital pediátrico con 97 niños insulinodependientes; no solo es mi `jaia´ (tal es el nombre de la niña de 11 años), son muchos y deberían empezar a cambiar eso; ellos también quieren salir a comer, a tomarse una gaseosa o un café” finalizó Paola mientras verificaba los números fríos de los niveles de insulina de su niña que debe inyectarse varias veces al día y como madre sola, asumir los costos no solo del tratamiento sino del sentimiento de vergüenza y discriminacion que enfrentan ante cada realidad fuera de su hogar.


